Ni tan Belle Époque

Erik Satie 18661925, compositor francés, quedó en la historia como un excéntrico divertido. Si en un ejercicio absurdo pudiéramos comparar su estatura con la de Wagner en relación con la cantidad de notas escritas, la efi cacia innovadora de Satie la superaría mil veces. La gran Nadia Boulanger afirmaba que sus tres austeras zarabandas de 1887 para piano bastarían para garantizar su ingreso al panteón de la música. Incontables melómanos colocan las Gimnopedias de 1888 al lado de las más sublimes piezas de la historia. En lugar de la profusión wagneriana de melodías interminables, de aplanadoras operáticas de diecisiete horas, Satie inventa melodías de dos notas, enlaces de tres acordes, diáfanos y misteriosos. La economía del arte le dictó la gramática armónica del impresionismo, un pensamiento que sería utilizado por Debussy, el jazz y toda la música modal del siglo XX, incluido el bolero. Como lo afirmaba Borges, los seguidores crean sus precursores; este solitario bohemio y pintoresco hoy puede ser visto como el precursor de una gigantesca ruptura que en mi opinión es la más importante desde Monteverdi; las obras para piano de Satie no son piezas, son ideas. Al igual que Marcel Duchamp, su cuasicontemporáneo, Satie descoloca la obra reduciéndola al mero esqueleto conceptual, abriéndole las puertas a un discurso totalmente nuevo en el que el pathos le cede el estrado a la duda. Tanto Satie como Duchamp tenían la manía de los juegos verbales refi nados léase: humor que incorporan el lenguaje a la obra. Progresivamente Satie va salpicando sus piezas de anotaciones extravagantes; los títulos se tornan cada vez más inquietantes: Descripciones aromáticas, Piezas en forma de pera, Baldosas sónicas Música para amoblar, Fantasía muscular para violín y piano. Más allá del chiste, los títulos...

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