Tan flaco como el Quijote

El pueblo brasileño esperaba a un mesías, y el mesías llegó. ¿Llegó? Un gol de pierna zurda, un coro de ángeles, una patada de gloria, dio inicio al concierto. Un atacante que pasa entre dos zagueros, una aparición imposible, una ráfaga de otro mundo, un pase al compañero en la zona vacía, gol. Dos jugadas, y en ese momento la gente, embriagada y delirante, sintió que el hombre de la tierra prometida estaba entre ellos. Qué bueno, ha llegado, Pelé y su epopeya pueden descansar tranquilos, porque ya tenemos un rey coronado a quien adorar. Se llama Neymar, y en este mundo hay pocos que pueden llamarse Neymar, con ese fútbol único que va para Europa a la conquista de la otra orilla del mar. El Santos puede ufanarse, cómo no, de haber dado a los dos grandes jugadores del inmenso Brasil. Y junto a él, una cohorte de camisetas amarillas que podrían torcer el rumbo de la historia y devolver a Brasil aquello que, como el tesoro del arco iris, se había perdido en la bruma del tiempo. Ahí están Paulinho, Luiz Gustavo, Thiago Silva, Hulk, Hernanes, Marcelo, Dani Alves, todos esos tipos que prometen títulos y trascendencia...Pero, un momento: ¿no hemos ido muy lejos? ¿No estamos saliéndonos del estilo de la columna, tal vez un poco reacia al elogio fácil? Sí, tal vez. Lo hecho por Neymar habla claro de un jugador de esos que salen muy de vez en cuando, sobre todo en estos tiempos cuando el fútbol físico y de potencia sustituye, con alarmante rapidez, con dolor para quienes defienden el clasicismo y la gambeta ingeniosa, al juego de otra era. Por eso decía el gran Sócrates que en el fútbol brasileño hay crisis de valores, y que gracias a Dios que de vez en cuando salía un Neymar para devolverles la fe a quienes aún creen que el fútbol se puede salvar. Pero Neymar aún tiene mucho por demostrar, principalmente en el Barcelona, donde ha ido a parar con su sortilegio. Allá tendrá...

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