15 de mayo: el terror

Eran, exactas, las 11:00 de la mañana. Había terminado una nueva jornada de La hora de la verdad, combatiendo el llama do Marco para la Paz, que de marco tenía muy poco y de paz, nada. Pero todo parecía tranquilo, como casi siempre pasa al pie de las tormentas.De pronto un ruido terrible, desafinado, molesto, sobre la parte anterior de la camioneta, dos palabras que se cruzaron mis escoltas y luego, la noche.Unos segundos o minutos, nunca lo sabré, de una noche densa, impenetrable que cayó sobre mí. El despertar, como de una pesadilla sin horizontes, de la que me sacaron palabras angustiadas y esperanzadoras de los cuatro escoltas que me quedaban.¿Puede salir por aquí, doctor? Tengo que poder. Y pude.Caí en un mundo opaco, como sin tercera dimen sión. Era como un robot, sin nociones del entorno, sin destino, sin poder de reflexión. Oí una palabra estremecedora, que me volvió por lo menos a una parte de la realidad que me caía encima. La palabra bomba me trajo a preguntar por el sargento Burbano, muerto, y por Ricardo, despedazado por el explosivo. El dolor era insoportable. Y no era el de mis heridas, que no podía saber cuántas eran, sino el de un dolor ciego, cruel, imborrable. Mis dos fieles compañeros habían entregado sus vidas por proteger la mía. Era demasiado. Sigue siendo demasiado.Será demasiado mientras viva. Volví a despertar en la Clínica del Country. La otra cara de esta Colombia atormentada, pero inmensa. Los mejores médicos del mundo estaban midiendo la dimensión de mis heridas. Con cuánto amor, con cuánta abnegación, con cuánta entrega a su profesión excelsa. ¡No los olvidaré jamás! El doctor Ospina Londoño ¿vendrá ese Londoño de La Ceja o de Abejorral? Pura curiosidad por saber de cuál de esos pueblos antioqueños vienen nuestras raíces comunes me dio una salvadora puñalada que los cirujanos llaman neumotórax, que no mata, sino rescata. En algún momento, la sonrisa de María Margarita y la mano de Tatiana, las pruebas plenas de que...

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