Tiempos de resistencia

Practicando la ciencia del después que en siglo XIX llamaban ucronía, atesoremos la convicción de que la derrota del 7-O sí pudo ser una victoria de no haber sido tan apabullantes los ventajismos oficialistas del aparato estatal, de maletín y mediáticos, y de haberse acercado a las urnas 22% de opositores que no lo hizo. Entre las lecciones de la de rrota, hay una incómoda de citar: el apego mágico-animista del chavismo raso, en la era de la cibernética, a un histriónico Robin Hood que anda destruyendo riquezas y echando migajas a los pobres. Su efecto: un electorado impermeable a la razón y las evidencias, ciego ante las pavorosas morgues y carestías de todo tipo de las que es víctima principal, la ranchificación del país y sus atrasos, los pudrevales, los 50.000 cubanos invasores, la peor inflación del mundo, las humillantes cadenas y la capilar corrupción. Nos derrotó un electorado así, mayormente intoxicado por atajos irracionales, calculadamente degradado en su decoro para una supina obediencia en las urnas a cambio de abalorios y promesas. La supuesta frase del ministro Giordani: Los pobres tendrán que seguir siendo pobres, los necesitamos así, pobres y con esperanza; ellos son los que votan por nosotros... se non è vera è ben trovata. Pero fue una derrota de buen pronóstico. Chávez, profesional del embuste declaró en agosto: Estoy perfectamente sano, y en octubre: De haber estado sano, mi ventaja hubiera sido de 20%, mejoró su cuota de votantes en 11%; la oposición, en 53%, al añadir 2,3 millones de votos a los de 2006; con otros 1,2 millones hubiera ganado datos de las Reflexiones postelectorales de Yleana Gabaldón Berti. Las encuestadoras se equivocaron en adelantar el momento de la tijera Chávez bajando y la oposición subiendo, pero no en la existencia de la tijera misma, cuyo punto de cruce está cada día más cerca. Ante tan paladina evidencia sería algo infantil y masoquista que la oposición no perseverara en votar tercamente; la caída electoral de Chávez no es una sensación, un wishful thinking o un inalcanzable, es una tendencia fuerte inscrita en el histórico de las elecciones. ¿No bastó la estupidez de 2005...

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