La tierra estéril

Todavía cabe preguntarse: ¿Qué llevó a Hugo Chávez, quien llegó al poder inicialmente en medio del miope entusiasmo de tantos, a sembrar a Venezuela de do lor, miedo y desencanto? ¿Qué recónditos abismos del alma le condujeron a colocar los intereses y recursos del país al servicio del despotismo castrista, vinculando nuestro destino al de la más patente desilusión en la historia moderna de América Latina, es decir, la Revolución Cubana? ¿Qué hizo que un Ejército, el venezolano, que se preciaba de autoproclamarse forjador de libertades, haya permitido su subordinación a Cuba, comprometiendo nuestra soberanía de manera tan abyecta e imperdonable? Si bien es cierto que el fracaso del experimen to chavista se hace más evidente, no comparto las opiniones de cada día mayor número de comentaristas que, en vista de la decadencia de la revolución, empiezan a interpretar a Chávez y su paso destructivo por la historia como una especie de aberración, como algo extraño a nuestras verdaderas condiciones y aspiraciones como pueblo. Lo realmente distinto no ha sido Chávez, sino los cuarenta años previos de República civil, a pesar de sus fallas y limitaciones. Para que un Chávez, que sólo deja atrás un montón de imágenes rotas Âcomo expresa un verso de T. S. Eliot en su portentoso poema La tierra estérilÂ, para que un Chávez, repito, haya sido posible, se requirió una sociedad, o buena parte de ella, dispuesta a dejarse enceguecer por un caudillo militar, autoritario e improvisado, armado solamente en el plano de las ideas por el mesianismo bolivariano. Chávez no ha sido un azar, sino un fenómeno hondamente enraizado en las palpitaciones colectivas de un pueblo y sus llamadas élites, cuya única conexión con el pasado se basa en la exaltación de una epopeya mal explicada y aún peor comprendida e interpretada, y en la desproporcionada...

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