El tigre azul

Las veces que veía venir a mi vecino el abogado M. R., un hombre gordo, de avanzada edad, afable y de andar pausado, lo saludaba con mucha cortesía: ¡Buenas, doctor! ¿Cómo está?. Y él, mirando hacia algún punto en el espacio, levantaba la mano como si avizorara a alguien distante y contestaba invariablemente: ¡Aquí, con mi asma!. Y al decirlo, sentía uno que, en efecto, ella estaba junto a él haciéndole compañía como una joven amante amorosa y dedicada, y resultaba razonable, pensaba yo, que los familiares del doctor M. R.aceptaran resignados o complacidos aquella relación entretejida en el parsimonioso y taciturno andar de mi vecino.Era como si con la inasible Asma hubiese vuelto al perdido paraíso de la niñez: ese tiempo de ensoñaciones que hizo estallar de júbilo al niño que fuimos cuando comenzamos a conocer y a jugar con las formas y los colores y animábamos los objetos otorgándoles una vida secreta. Un tiempo en el que todo adquiría vida propia y las sombras, una grieta en el muro, el rumor de los árboles que se mueven en la noche brotaban desde el fondo de algún misterioso lugar asumiendo una asombrosa corporeidad.El tiempo, también, en el que aparece el amigo imaginario con quien emprendemos gloriosas aventuras mientras aseguramos una prodigiosa interrelación entre la realidad y la imaginación que permitirá explorarnos en la medida en que también deformamos las cosas, las moldeamos a nuestra manera y tratamos de parecernos a ellas con el único propósito de afirmar nuestra existencia a fuerza de ensoñaciones.Tal vez presentíamos; sin sa berlo, desde luego, al poeta que igualmente borra los lími tes y mantiene encendido el resplandor del universo interior que lo separa de las incertidumbres y desasosiegos de esta realidad a veces áspera y endurecida que acecha la alegría de vivir que tanto despierta y fortalece la imaginación.Mi hijo Rhazil encontró a Ye ti, un bondadoso monstruo de la montaña que se hacía presente cada vez que lo llamaban. ¡Un día regresó al Ávila y...

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