Ni tiros ni puñetazos

La masacre de París ha suscitado los más variados comentarios, todos o casi, en defensa de la absoluta libertad de expresión, de prensa y del derecho a la crítica, a la sátira y al sarcasmo practicados por una revista humorística objeto de ese horrendo atentado terrorista. Si de crítica y sátira hablamos, nadie puede en buena lógica negar el derecho a la crítica de la crítica, a la sátira de la sátira, a la crítica y sátira de la crítica y de la sátira, y así, como decían los escolásticos, in infinitum.Al ejercer su derecho a la crítica de la crítica, quedándose un poco más acá del infinito, el papa Francisco despertó las iras críticas y satíricas de la gran mayoría de los medios de comunicación, incluyendo a este periódico en una editorial. Críticas lícitas, libres, pero injustas. Injustas porque nadie en su sano juicio puede atribuirle a Francisco implícitas e indirectas justificaciones del horror que acababa enfáticamente de condenar sin reticencias. Los furiosos defensores de la libertad de expresión a toda costa no tuvieron nunca en cuenta que el ataque terrorista no fue ejecutado propiamente contra esa libertad, cosa que a los terroristas les tenía sin cuidado porque para ellos se trata de una aberración entre otras muchas del perverso mundo occidental, sino contra la ofensa. Ofensa al profeta, a su implacable dios y a su ambiciosa religión. Así lo proclamaron clara y enfáticamente. A todos los ofendidos finalmente...

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