Y tortura

Cierto, el militarismo que padece el país no es un hecho único contenido en sí mismo, ni con un comienzo y un final a fechas establecidas, sino un proceso puesto a an dar y que por ser clara expresión de barbarie cuartelera, de voracidad en el saqueo de los bienes de la nación, y de subvaloración de la vida humana, es algo en permanente crecimiento y empeoramiento, para desgracia de todos, excepto de quienes lo propician y de él se nutren. Una demostración concreta de lo dicho es que ahora a las terribles cifras diarias de homicidios, asaltos y secuestros, se suman denuncias documentadas de torturas a que son sometidas personas detenidas por los diferentes cuerpos represivos, militares y policiales, con casos de muertes ocasionadas por tales maltratos; una conducta patológica de esos funcionarios, rápidamente devenida en costumbre, y cuidado si también terminan siendo impunes. No es éste un tema nuevo; yo mismo he señala do antes y siempre hay algún desnaturalizado que obliga a la reiteración, que son actos iguales y de extrema cobardía, cada vez que el comandante Chávez muestra en público un fusil nuevo apuntándonos, o desde lo alto de una tarima y rodeado por sus cuidadores cubanos nos amenaza a sus opositores con bazookas y gases tóxicos, y cuando guardias nacionales les pegan a mujeres manifestantes lanzadas al suelo por ellos, o a un detenido comienzan burlándolo y lo golpean en el vehículo en que lo llevan. Y es que torturar a un ser humano además preso e indefenso, constituye definitivamente una acción ruin de la cual antes que ufanarse, esos guapetones superarmados deberían avergonzarse. En nuestros antecedentes figuran unos cuantos miserables, y nuestra memoria se ha visto ocupada por dictaduras latinoamericanas. Son recordados en Venezuela el ensañamiento gomecista, el salvajismo de la Seguridad Nacional, y con justificada razón la atención se vuelca hoy en el auge de torturadores...

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