Trasquilada bolivariana

Todo puede suceder en la peluquería de Cui dado con lo que sueñas, el equivalente a un corte de cabello pasado de moda, rapado al gusto de las tijeras de la plataforma del cine. Verbigracia, la película juega a lustrarle las botas al culto bolivariano, amén de un guión caprichoso, pretendidamente simpático.Al principio asoma la cabeza un guiño de crítica social y política hacia la infancia abandonada, la divinización de los íconos patrios y la gestión demagógica de una alcaldesa de Chacao con el look de Julie Restifo pero el corazón frívolo de una reina de belleza. Al final, le hacen la cruz a la doble de Irene Sáez, para luego consagrar en lo alto del pedestal a la religión del padre de la independencia, benefactor del pueblo y cumplidor de milagros, al parecer de la arbitraria conclusión de la cinta. Semeja el cuadro de una caricatura del Gobierno, a favor de la mitología del proceso y en contra de la imagen de los referentes de la oposición.Sin temor a caer en el ridículo, el filme utiliza la oreja de una estatua del libertador para unir las existencias de dos personajes separados al nacer, mientras una carta dedicada a Manuelita Sáenz sella el destino bonito de la pareja principal. Es un misterio si se trata de una alegoría de la época, del discurso honesto de una autora o de una manera oportunista de conseguir apoyo oficial. En último caso, la moraleja al rescate del prócer de la nación luce tan impostada como la na rración pedagógica del niño a la forma de un libro de texto, por no hablar de otros detalles inverosímiles de la historia.Cuesta creerse el cuento romántico de los protagonistas y la presencia decorativa de los secundarios. Marisa Román come chicle, pegada en una nota de María Suspiro, y apenas si emite una palabra. Con su barriga de mentira y su peluca de...

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