El tren que no llegó

Hace años, cuando cursaba materias de antropología con la profesora Marga ret Mead, me impresionó estudiar sociedades indígenas del área del Pacífico que tenían como costumbre tallar piedras enormes que luego de terminadas hundían en las costa para así demostrar con su acumulación la riqueza de la tribu. Cuando los estudiantes manifestábamos perplejidad ante un aparente absurdo, la profesora interrogaba si enterrar oro en las bóvedas de Fort Knox era algo distinto.Consideramos muchas ve ces que las sociedades no siempre tienen comportamientos cónsonos con cordura o sensatez, sino más bien con locura.Venezuela, nuestro pobre país, es un lamentable ejemplo de la alienación social que, partiendo del bobalicón encanto por el populismo traicionero al bienestar y soberanía nacional, ha transitado por la ruta de la autodestrucción como pocas sociedades en la historia, ni siquiera la destrucción de Roma por Cómodo supera la eficiencia demoledora que los gerifaltes rojos han demostrado en más de tres tristes lustros por estas latitudes.Tal vez nuestra dirigencia opositora debería emular un programa televisivo con las viejas peroratas populistas y reponer los interminables espectáculos del insepulto comandante y todas sus promesas y arengas que hoy solo son buche y pluma por los incumplimientos que han resultado en empobrecida nación y pueblo en miseria.¿Qué ha quedado de esa pro mesa de un país atravesado por vías férreas, caminos de hierro que conectarían las llanuras del norte del Orinoco con la salida al mar Caribe? ¿Qué habrá pasado con ese sueño de unir la capital con los centros industriales de Carabobo, Lara y Zulia? Surge una inmensa tristeza al comprobar que todos los contratos fueron...

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