Triple play

Veintiún juegos perfectos en las mayores. Una cifra escuálida considerando que el primero de ellos lo completó Lee Richmond durante la temporada de 1880. El hecho extraordinario se puso de moda una vez más el pasado sábado, cuando Philip Humber desde la lomita de los Medias Blancas de Chi cago, sometió a la ofensiva de los Marineros de Seattle. La pizarra, 4 a 0. Cada vez que intentamos describir la dependencia del lanzador en relación al respaldo ofensivo y defensivo de su equipo, apelamos al perfecto. Un pitcher cualquiera retira a los veintisiete primeros bateadores como lo hizo Humber, pero si no tiene al menos una carrera de su lado, ni siquiera será el ganador del desafío. ¿Recuerdan la tragedia existencial de Harvey Haddix, el pequeño zurdo de los Piratas de Pittsburgh? El 26 de mayo de 1959, Haddix eliminó a cada uno de los bateadores de los Bravos de Milwaukee que enfrentó en los primeros doce actos. Sólo que los Piratas tampoco anotaron en ese lapso. En el capítulo trece, el primer bateador de Milwaukee llegó a la primera base por un error del antesalista Don Hoak y luego anotó por un doble de Joe Adcock. Haddix no solo perdió el perfecto. También perdió el juego 1 a 0. De esos veintiún perfec tos transcurridos antes y después de la desdicha de Haddix, cinco concluyeron 1 a 0. No es que el resto no envuelva una atmósfera menos dramática, pero que el apoyo se limite a una sola rayita, le da al momento un toque singular. Ellos fueron, el de Addie Joss en 1908, el de Sandy Koufax en 1965, el de Mike Witt en 1984, el de Tom Browning en 1988 y el de Roy Halladay en 2010. ¿En que instante del partido recibieron esa pequeña ayuda? Fíjense bien. No importa el cuándo. Si llegó en la primera mitad, te embarga la angustia de proteger esa mínima diferencia. Si se presentó en la segunda parte, te absorbe la ansiedad de si llegará o no. El 2 de...

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