triple play

Hay muchas maneras de describir, sobre todo a las más recientes generaciones, a Roberto Clemente. Bastaría recordar que cuatro veces fue el líder bate de la Liga Nacional. O que tomó parte en once Juegos de Estrellas. O que ganó doce Guantes de Oro. O que conectó tres mil hits. O que está en el Salón de la Fama. Sin embargo, quizás la más acertada forma de delinear al toletero boricua, es evocando su gesto del 31 de diciembre de 1972, cuando al filo del Año Nuevo, se subió a un avión repleto de ayuda para las víctimas del terremoto de Nicaragua, que minutos después de despegar cayó al mar frente a las costas de Puerto Rico. Nadie tiene por qué hacer comparaciones. Cada quien actúa dentro de sus conveniencias y convicciones, pero qué atleta o pelotero de la estatura de Clemente, tendría un gesto de solidaridad como ese que le costó la vida al eterno guardabosque de los Piratas de Pittsburgh. Otro ángulo desde el cual se puede llegar a la personalidad de Clemente fue su carácter. Un carácter signado por un par de lugares comunes: rebeldía y dignidad. Dos rasgos que le permitieron sobrevivir en unas grandes ligas como aquellas de los años 50 y 60, donde ser negro o latinoamericano, era un manifiesto prejuicio. Clemente fue etiquetado por buena parte de la prensa estadounidense de hombre complicado. El tiempo demostró que la incomprensión partió de no poder expresarse de la manera más adecuada por no dominar el inglés. Lo que puso en duda sus múltiples lesiones. No le creían. Pensaban que era un hipocondríaco. Sin embargo, la falta de comunicación no creó una polémica similar, a la surgida el día que Clemen te aseguró que él era el mejor pelotero de las grandes ligas. En ese tiempo ese adjetivo estaba reservado para Willie Mays, el guardabosque y toletero de los Gigantes de San Francisco. ¿Cómo se le ocurrió a Clemente expresar tamaña insensatez? Y sí lo dijo...

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