Y usted, ¿qué piensa?

Hace más de 20 años pasé varias noches en el Hospital Coromoto en Maracaibo, no en cali dad de paciente sino como acompañante de mi abuela Clemencia, entonces en trance de muerte. Solía dormir muy poco en esas jornadas por el intenso tráfago de las enfermeras y porque me mantenía velante por si mi abuela manifestaba alguna necesidad o molestia. En una ocasión, los paramé dicos me hicieron abandonar el cuarto para hacer su trabajo. Me fui al ventanal que quedaba en el extremo del pasillo con la intención de leer algo. Al poco rato de estar ahí sentí un movimiento excepcional en la planta baja del edificio, que, por cierto, no es muy alto: es una hermosa muestra de arquitectura petrolera, diseñada por una firma de arquitectos norteamericanos por encargo de la Creole Petroleum Corporation, en 1948. Fue inaugurado en marzo de 1951 Me incorporé para ver qué esta ba ocurriendo y fui testigo de la llegada de una ambulancia, de la cual extrajeron a toda prisa una camilla donde venía un cuerpo humano inmóvil, envuelto en vendajes como una momia. Pero no estaba muerto. Había en aquella crisálida trágica un leve pálpito de vida. Me impresionó la soledad e indefensión de aquella criatura sacada a última hora del fuego, tanto como la diligencia del equipo movilizado para ayudarla. Nunca olvidé la precisión y celeridad de sus movimientos, pero, sobre todo, el silencio en que todo aquello transcurría. Era como si el más leve murmullo hubiera contribuido a rasgar aún más la ya arrasada piel de la víctima. Las pisadas de goma de los profesionales se sentían en la noche como una nana tranquilizadora. Los camilleros se entendían con miradas y movimientos de hombros, pero nadie hablaba. Desde el primer o segundo piso, donde estaba el área de hospitalización, yo hubiera podido escuchar el gemido del quemado si este se hubiera producido. No fue así. Mientras mi abuela descontaba los minutos, a la Unidad de Quemados del Hospital Coromoto en Maracaibo había llegado un hombre ardido en el infortunio. Algo solemne había ocurrido. Y en aquel recodo de una ciudad, de suyo ruidosa, se impuso un mutismo, una circunspección, que tenía de manual de operaciones pero también de respeto, de responsabilidad y concernida vinculación con la realidad. No vamos a...

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