Las maracas venezolanas vestirán un traje orquestal

En las dos décadas pasadas, las maracas venezolanas sufrieron una metamorfosis. Cambiaron para siempre. No sólo mutaron en lo físico, gracias a un asta giratoria que generó una nueva técnica por la necesidad de hacer correr -o frenar- las semillas. También cruzaron las fronteras de la música llanera para acoplarse, con soltura e ingenio, a cualquier ritmo. Manuel Rangel, un músico barquisimetano que se ha popularizado gracias a agrupaciones como Kapicúa y Los Sinvergüenzas -ambas del colectivo Movida Acústica Urbana-, es heredero directo de la escuela que representan instrumentistas como Coromoto Martínez, José Pérez y, el más renombrado, Juan Ernesto Laya, integrante del Ensamble Gurrufío. Todos ellos dejaron las maracas de palo fijo en el pasado.

Las de Rangel suenan como si fueran varios instrumentos de percusión en uno. Cualquier incauto, con los ojos cerrados, tardaría en adivinar de cuál se trata. Con ellas viajará el domingo a Brasil, entre otras cosas, para interpretar Pataruco, una obra para maracas y orquesta. La pieza, que fue compuesta por Ricardo Lorenz en 1999, será ejecutada por la Orquesta Sinfónica del Conservatorio de Tatuí, una población cercana a Sao Paulo. El concierto, que se llevará a cabo el miércoles 9 de noviembre, será el punto de partida de un encuentro de percusionistas que continuará hasta el sábado 12, en el que destacan los nombres del cubano Changuito, el estadounidense Rusty Buge y los brasileños Aquiles Priester y Heri Brandino.

"Pataruco, con esa atmósfera académica, le da una elegancia a las maracas, las exalta. No ha sido tocada por ningún maraquero venezolano y es la única pieza que conozco con esas características", dice Rangel, quien viajará a Brasil el domingo porque al día siguiente ofrecerá una clínica en la Universidad Estatal de Sao...

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