De dónde venimos

Una revolución, marxista leninista al menos, se hace para destruir la sociedad capitalista establecida y sustituirla por otra en la cual ya no exista la explotación del hombre. Aho ra bien, para destruir un mundo, una inmensidad de entes y relaciones humanas, básicamente por la violencia, se necesita asumir una supremacía moral absoluta, esa que permite hacer la guerra, despojar y matar. Es la lógica que hemos vivido en estos más de tres lustros bolivarianos. Es cierto que con límites, provenientes del planeta posterior a 1989 y las brutales indigencias mentales de sus protagonistas, que le impidieron acabar con la propiedad privada y con la democracia burguesa. Solo golpearlas, asfixiarlas, prostituirlas, embarrarlas. Y llegar a un lugar innombrado de la historia donde reina la mayor oscuridad, el atroz sufrimiento colectivo, la Venezuela de hoy.Como toda pulsión que no alcan za su realización, tiende a volverse perversa, esa bastarda preeminencia moral produjo efectos muy grandes y muy torvos, por ejemplo falsificar las palabras y los símbolos. El insulto, la calumnia y las acusaciones permanentes y sin contención, el culto a la personalidad de un líder de pacotilla, la historia patria rehecha de la manera más tosca para celebrar el cuartel y el jefe, el trastrocamiento de las denominaciones desde la patria misma hasta el último organismo provinciano, la manipulación de los signos emblemáticos del país, la mentira como razón de Estado, etc. La comunicación trastocada en retórica, inacabable y ponzoñosa retórica.No vamos a hacer una reláfica de todos los efectos reales que produjo esa mentalidad, los venezolanos llevan su marca en el desasosiego de cada día. Basta con lo dicho para indicar lo que pretendemos subrayar y que no es otra que la densidad, la hondura de los atropellos y las humillaciones a los que hemos sido sometidos. Y la tarea titánica de revertirlos. Esos que se hicieron del poder en nefasta hora, y tuvieron la sagacidad y la impudicia de prolongarlo más de lo previsible, se...

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