La verde quietud del llano

Cuando se piensa en la grandeza del llano venezolano, no se sabe a ciencia cierta por dónde comenzar. Son pocos los lugares que ofrecen la posibilidad de llevarse una visión amplia de esas tierras a las que hay que acercarse con sigilo y conciencia ecológica. En Venezuela, los llanos ocupan los estados Apure, Barinas, Portuguesa, Cojedes, Guárico, Anzoátegui y Monagas; mientras que en Colombia se extienden sobre el Arauca, Casanare, Meta y Vichada.Entre tanto paisaje verde el camino se abre hasta las tierras de Hato Cristero, en Barinas, un paraje que brinda una manera segura de acercarse a la sabana inmensa y entender cómo se pasan los días por esa zona. Porque viajar, entre muchas cosas, es llenarse del lugar de todas las maneras posibles, respirarlo y sentirlo para luego poder contarlo.De un lado a otro. El avión ate rriza en Barinas una hora más tarde de lo previsto. El clima es fresco, muy contrario al calor que se espera encontrar en el lugar. Después de avanzar poco más de media hora por una carretera, la señal del teléfono se pierde entre los árboles y, la verdad, no se necesita. Aquí no hay urgencias. Basta con escuchar los pájaros cantando casi como un coro de bienvenida y saber, entonces, que ya la ciudad está muy lejos, que aquí abunda el verde y la tranquilidad.Los días comienzan tempra no. A las 4:00 de la madrugada ya muchos están despiertos, con el café recién hecho, para comenzar la labor del ordeño.Ellos, los llaneros, van cantando el nombre de las vacas. Ellas lo saben y atienden el llamado; se mueven, buscan el espacio y se dejan ordeñar. Así, van cantando los nombres, uno tras otro, en una faena que se da sin apuro, pero siempre puntual.El sempiterno color verde no es lo único que se inserta en la pupila sin remedio. A medida que uno se adentra en la sabana, aprende a conocer el sonido de las aves y a caminar con cuidado para no perturbar a los animales que van libres por ahí: venados, chigüires, vacas, caballos, anacondas, iguanas.De fondo, el sonido del arpa, el cuatro y las maracas. La música típica de los llanos inunda todos los rincones, acompañada del sabor de un buen queso y carne en vara.Hato Cristero es propiedad de la familia Concha. Es de esas historias que comienzan con los tatarabuelos, cuando no había electricidad, pero sí muchas ganas de salir adelante. Son ejemplo de cómo un pedacito de tierra se puede poner a crecer, siempre en compromiso con la naturaleza. Y eso no es algo que necesitan explicar, eso...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR