Viaje en nafta

Corría el año 1978 o 1979 cuando la vieja RCTV transmitió un unitario de antología titulado algo así como «El día en que se acabó el petróleo». Yo estudiaba primaria en Caracas, en el Instituto Experimental de Formación Docente IEFD de la avenida Rómulo Gallegos, en Los Ruices hoy llamado Unidad Educativa Nacional Experimental Luis Beltrán Prieto Figueroa-, donde los alumnos hacíamos de conejillos de indias para que los aspirantes a maestro se foguearan. Recibíamos la mejor instrucción pública posible, pero -nada es perfectofue allí, en la clase de Geografía, con ayuda del libro de texto Nociones elementales, donde me embaucaron por primera vez con la creencia de que Venezuela es un país riquísimo gracias a sus tesoros subterráneos.Estudié en el IEFD desde sep tiembre de 1976 hasta julio de 1981, en la arrancada fullera de la nacionalización de los recursos minerales. La gente se iba a Miami a hacer el mercado y se comprometía con créditos hipotecarios en dólares para ser dueños de flamantes apartamentos en el sur de Florida. A riesgo de sonar hipócrita en medio del desmadre presente, no puedo pensar en la prosperidad de los años setenta venezolanos sin sentir algo de náuseas.En su ensayo sobre la viveza criolla, José Ignacio Cabrujas nos haló de la oreja y nos advirtió que el carácter oportunista del tipo que «pica adelante» conlleva lo que yo llamaría «efecto termita». La astucia venezolana -esa que nos impele a saquear una tienda de electrodomésticos sin cargo de conciencia, por ejemploparte del principio de que todos podemos conquistar los privilegios materiales con que asociamos la «calidad de vida». En su apetito egoísta, las termitas socavan bases y vigas del país que nos sostiene y nos cubre para, ¡oh sorpresa!, acabar tragados por el vacío y con las tablas en la cabeza.Del unitario distópico de RCTV recuerdo la imagen de un oficinista de más de 40, con el nudo flojo de su corbata «lengua de vaca» y el botón del cuello suelto, sudoroso y resoplando de desesperación sobre el capó de un mastodóntico Dodge Dart «precipicio de gasolina», como llamaban los franceses los autos de Detroit. Implorando al cielo, el hombre encarnaba la angustia...

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