La vida en riesgo de las chicas prepago

En la cartera beige de Yamileth suenan con tonos distintos el celular barato que adquirió al cobrar la última quincena del empleo que tenía en una empresa que el Gobierno cerró, y el Blackberry que le regaló el "cliente" satisfecho a quien, además, le sacó pago del primer mes de alquiler del apartamento que comparte con su hermana en Altamira.

En realidad, Yamileth no se llama Yamileth ni se reconoce como prostituta. Le basta con argumentar que no tiene un chulo y que selecciona "con mucho cuidado a la persona que voy a acompañar", para exigir que no sea incluida en el renglón de mujeres que "viven" del sudor de su cuerpo.

Dueña de un rostro de reina de belleza y un cuerpo de modelo, esta merideña de 23 años de edad, cursante de Derecho en una universidad privada y que contacta a sus clientes a través de su cuenta de Twitter, forma parte de un fenómeno urbano "en ascenso" en Caracas y Valencia, si se toma como cierta la afirmación de José Palacios, sociólogo que sigue desde 2009 esta modalidad de prostitución, retratada con honda crudeza en la serie y en el libro Sin tetas no hay paraíso.

"En mi caso, sólo atiendo un cliente por semana; y antes de verlo averiguo por Facebook y hasta en la base de datos de la lista Tascón, para tener certeza de que no voy a salir con un loco o alguien que está en drogas", asegura Yamileth, mientras pinta las uñas de sus pies y la hermana menor, estudiante de Psicología, escucha, observa y calla.

La vecinita de al lado. Yamileth no es la única que juega con fuego. Tener citas sexuales a ciegas, aun cuando se tomen las previsiones, constituye para no pocas jóvenes de escasos recursos económicos y provistas de un bello cuerpo como única inversión, una salida fácil a su pobreza, pero también una suerte de ruleta rusa de la cual no se sabe cuándo saldrá la única bala que guarda el percutor.

El sociólogo Palacios Âdice haberse interesado en el tema por un caso familiar advierte que lo primero que descubrió con su investigación es que a la gente no le gusta hablar del asunto. "Porque es tabú: a nadie le agrada mencionar una realidad que pondría bajo sospecha a la hija o a la hermana; eso sería muy paranoico", señala.

Pero esa es la realidad: cientos de chicas universitarias, amas de casas e incluso liceístas recurren a l m é t o d o prepago para dispensar una noche de placer a un desconocido a cambio de un Blackberry que vieron en el centro comercial, o un depósito en su cuenta de ahorros, o el par de zapatos para...

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