El vino navega bien a bordo de un crucero
Bacalao, limones y bizcocho. Esa fue la dieta de los grandes navegantes que se enfrentaron por primera vez a los mares de un mundo que no
era plano, sino redondo. El pescado salado era la fuente de proteínas necesarias para soportar travesías prolongadas, el limón los protegía
del escorbuto provocado por la carencia de vitamina C, y el bizcocho, un pan duro horneado dos veces, era el carbohidrato que acariciaba
los estómagos de los marineros de entonces. Hoy, en estos inicios del siglo XXI, hay que hacerse a la mar para comer bien y beber mejor. Es la
tendencia de ciertos cruceros cuyo viaje, a donde quiera que sea, tiene un nuevo destino: la gastronomía y el vino.
Mi experiencia alimentaria en alta mar nunca había sido muy gratificante, por lo que tenía mis dudas cuando el chef Rufino Rengifo comenzó a hablarme de la comida a bordo de sus barcos. Bueno, en realidad no son suyos, son de la compañía en que trabaja, Celebrity Cruises, donde tiene la
responsabilidad como chef ejecutivo de ser parte del equipo que organiza y controla lo que se come en sus naves en cualquier parte del mundo, donde
se sirven ¡cien mil comidas diarias! Hay que ver lo que eso significa. Rengifo es un chef venezolano a quien conocí hace décadas, cuando
comenzó en el oficio como aprendiz en la cocina del restaurante Marco Polo de Amadeo Mazzucato. Hoy es el encargado de que pasajeros y tripulación
coman incluso mejor que en tierra firme. Ante mis interrogantes planteamos un desafío y el azar escogió como destino Alaska a bordo del Soltice, un viaje con libertad para comer y probar todo, revisar las bodegas, husmear en las cocinas, andar
por todos lados para poder quejarme de todo. Con honestidad, debo decir que perdí la apuesta. A bordo se come muy bien y se bebe el mejor vino.
Mar de tintos y blancos. Si son amantes del vino se quedarán con las ganas, ¿Por qué? Porque la selección incluye 600 etiquetas de las principales regiones productoras del mundo y en 7 días de crucero es imposible probarlas todas. Realmente una provocación ver tantas opciones, especialmente
de vinos que no llegan a Venezuela y, muy importante, a precios ajustados a lo que uno paga en cualquier enoteca.
Grandes nombres como Petrus o Chateau d’Yquem hay que ordenarlos rápidamente porque los que saben y
pueden pagar por ellos, es lo primero que piden. Pero el verdadero placer está en revisar la carta de los diversos restaurantes del barco e ir por lo que más nos gusta o lo que nos interesa
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