Una visita al silencio

Por razones familiares tenía que estar los primeros días del pasado mes de octubre en la ciudad de Berlín. Entre maletas y procesos burocráticos apareció la idea de visitar un campo de concentración. Meses antes del inicio del viaje, había finalizado el libro Un barco hacia el infierno, de Gilbert Salomé. Esta historia de peregrinación judía por el Mar Caribe en busca de salvación había dejado varias preguntas sobre la mesa, lo mismo que me había ocurrido tras la lectura de otros libros sobre el Holocausto. Una fría mañana nos dio la bienvenida, a todos aquellos que realizaríamos la visita. Con precisión alemana el traslado se inició a la hora acordada: la parada es en la última estación, la de Oranienburgo, anuncia en español nuestro guía. Después, probablemen te, tengamos que hacer el viaje a pie, como lo hacían ellos, nos sentenció. De nuestros rostros se desdibujó la emoción del viaje. El trabajo os hará libre aquella frase, perversamente irónica, era la bienvenida al horror de los campos de concentración, como AuschwitzBirkenau, y también en este, el campo de Sachsenhausen, campo modelo del nacionalsocialismo, el lugar de entrenamiento de la policía alemana, de la SS y que fue un infierno desde 1936, con más de 300 mil prisioneros. El lugar sorprende más de lo que se espera, quizás porque nadie está nunca preparado para aquella montaña rusa de emociones. En un primer vistazo el corazón se hermana no sólo con el pueblo judío, que fue el punto de ira del Tercer Reich, sino también con los homosexuales, gitanos, comunistas, enfermos, políticos, y con todos aquellos...

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