Wagner: del titubeo al estremecimiento

Richard Wagner no fue un niño prodigio. Tampoco fue ese adolescente que, entre bromas y desenfado, sorprendió a su familia, allegados y autoridades con una extraordinaria capacidad interpretativa o compositiva. Al músico nacido en Leipzig hace 200 años le tomó una pila de borradores, repletos de tachones y frustraciones, encontrar su estilo. Trabajó, corrigió, se paseó por intrascendentes creaciones a partir de la epifanía que representó para él la 9 sinfonía, de Ludwing van Beethoven. Inquieto e inconforme, halló un sendero artístico que le permitió colarse como uno de los más innovadores compositores clásicos de siempre. Hay una deliciosa pedantería en su obra, especialmente la operística. Rompió con la tradición italiana y buscó rescatar la tragedia griega para el mundo moderno. El propósito que subyace en su más ambicioso trabajo, la tetralogía El anillo de los nibelungos, quedó aún más explícito en su ensayo Ópera y drama. Tal como ocurre con la trama de sus historias, dejaba que las piezas se cocinaran a fuego lento y, en medio de ese proceso, redactaba las justificaciones de sus planteamientos estéticos. Así se convirtió en uno de los músicos que más ha escrito. Wagner planteó una visión totalizadora del arte; algo que llamaba, sin modestia alguna, Gesamtkunstwerk: obra de arte total. Se trataba de un concepto que sólo había sido asomado desde la perspectiva de la literatura, por Goethe en su Fausto. Esa aspiración holística también explica parte de la obra de Claudio Monteverdi. No es casualidad que el italiano escogiera a Orfeo, un héroe que es, en la mitología griega, el primer poeta y músico en el que los renacentistas reconocen a un símbolo del lenguaje artístico integral. En parte, fue precisamente frente a esa osadía que su joven admirador Frederich Nietzsche lo consideraba el mesías del arte futuro, apelativo del que se arrepentiría más tarde. Su obra ha trascendido. Es el operista más grabado, detrás de Verdi y Puccini. Sus trabajos, incluidos los dramas musicales, cuentan con 500 grabaciones completas entre 1928 y la actualidad. Exceptuando sus primeras tres óperas, cada obra (desde El holandés errante, primer indicio de genialidad, hasta Parsifal, último suspiro del artista, aplastante pero cautivador) tiene un promedio de 48 registros discográficos. La cabalgata de las valkirias, que contiene las melodías más reconocibles y populares de toda su creación, es el título más grabado (70), seguido de Tristán e Isolda (62)...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR