¿A qué jugamos?

César Farías vive para el fútbol. Obsesionado por cada detalle, dibuja planes y proyecta el futuro con la selección como punto focal de sus pensamientos. Mira partidos, sabe cuántos minutos jugó cada uno de los eventuales convocados y se interesa por lo que ocurre con aquellos que pierden continuidad en sus clubes. Su dedica ción al cargo que ostenta desde enero de 2008 es irreprochable; así como el profesionalismo de su grupo de colaboradores representa un valor agregado que eleva el nivel de la conducción vinotinto. Pero aquello por lo que se le mide, la puesta en escena tras meses de ensayos, no cuaja. La ejecución de una idea clara, con conceptos futbolísticos identificables, aparece como una deuda cuyos intereses ahogan y amenazan con una quiebra irreparable a escasas semanas del debut en la Copa América de Argentina. Carlos Bilardo también era un obsesivo que lo controlaba todo: desde lo que comían sus dirigidos hasta la elección de los lugares de concentración. La no concesión de ventajas al servicio de un proyecto. Cuentan algunos de sus allegados que en la preparación para el Mundial de México 86 viajaba a Europa para ensayar movimientos defensivos con Óscar Ruggeri, afinando el funcionamiento que aspiraba conseguir en el torneo. Castigado por la crítica en los meses anteriores, el Narigón llegó a ser discutido hasta por el propio presidente de la nación. Su plan tomó forma y Argentina se consagró campeón. Hasta allí llegaron las objeciones. La Vinotinto está en un peligroso punto de indefinición, incapaz de contestar a una pregunta básica: ¿a qué que remos jugar? Y ya no es un asunto vinculado al sistema; ni siquiera a la elección de los intérpretes, cuya base está asegurada en un alto porcentaje. El tema central radica en la escasa convicción del camino a seguir y en cómo eso incide...

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