¿Arde Libia?

La decisión de Muamar Gadafi de proponer un alto el fuego luego de la resolución aprobada por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, fue un gesto desesperado y de última hora para tratar de convertirse de agresor despiadado en víctima de las potencias occidentales. Los dictadores, cuando tienen la soga al cuello, intentan cualquier cosa para justificar su permanencia en el poder. Olvidan que esa misma permanencia es la que harta a los pueblos y los lleva a rebelarse.

La lucha del pueblo libio por liberarse de un sistema de gobierno que, en un principio, se encaramó en el poder con un mensaje de renovación de un grupo de oficiales jóvenes terminó siendo, al igual que en Egipto y Túnez, no sólo un régimen autoritario y unipersonal, sino una dinastía en la que sólo encontraban lugar y acomodo los familiares, los amigos y los jefes de tribus vinculados geográfica e históricamente a Gadafi.

Libia, por encima de la selecta y puntual modernidad que el clan Gadafi le impuso al país en los últimos cuarenta años, siguió siendo un extenso territorio desértico dibujado en sus límites por la influencia de las viejas tribus que recibían del poder central las jugosas dádivas de la familia Gadafi. De manera que la geografía de la actividad política libia, a favor o en contra del clan, era claramente establecida por el compromiso con los jefes de las tribus más representativas.

Sin embargo, Libia generaba en los tecnológicos enclaves de su actividad petrolera no sólo la modernidad a gotas que Gadafi pretendía y controlaba, sino también una incipiente y enérgica cultura política que buscaba...

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