Yayo

Según contaban los mayores, había en Cumaná, en la primera mitad del siglo pasado, un personaje apodado Yayo, quien se indignaba cuando le decían tal sobrenombre y amenazaba con todo tipo de castigos a quien se atreviera a hacerlo. Uno de los amenazados se le acercó un buen día en son de paz y le declaró solemnemente: Ya yo no te voy a decir más Yayo. No conozco el desenlace de la historia. Pero como ya terminó oficialmente la campaña electoral y a partir de hoy está prohibido, tanto a los medios como a las personas, emitir juicios de valor sobre las opciones en pugna, ya yo no puedo decir más Yayo. De manera que vamos a otra cosa. Podemos hablar, por ejem plo, de crepúsculos. En el trópico, donde nos encontramos, los crepúsculos son muy rápidos, de corta duración, si se les compara con los de las zonas templadas o las cercanas a los polos. De manera que en nuestras latitudes hay que apurarse para contemplar uno plenamente. No obstante, en Venezuela tenemos variados y hermosos crepúsculos. En Zulia, por ejemplo, son luminosos y siguen el palpitar del relámpago del Catatumbo. En Barquisimeto son coloridos y variopintos, tanto que se han convertido en un atractivo turístico. En los llanos y selvas son majestuosos, y en las costas, románticos. Los crepúsculos han inspirado a los artistas en cuanto simbolizan el hundimiento del astro rey en los abismos. No sólo en la li teratura, en la cual innumerables poetas románticos, y no menos románticos posando de poetas, se han referido a su belleza o han intentado utilizarla para enamorar a una muchacha. En música Richard Wagner compuso el sublime Crepúsculo de los dioses, tal como se traduce su Götterdäm merung. En pintura sería impo sible mencionar sus diversas representaciones, por lo que me limitaré a señalar mi debilidad por las de los impresionistas. En resumen, la caída del Sol puede ser un espectáculo maravilloso y en el trópico sucede con una rapidez inusitada. También es posible hablar de amaneceres. De la salida del Sol. Por ejemplo, del que tuvo Venezuela después de la muerte del dictador Juan Vicente Gómez y al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Según nos recuerdan Moisés Naím y Ramón Piñango en el capítulo final de su celebrado libro Venezuela, una ilusión de armonía...

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