El zapatero del Papa

Cuando el cardenal Jo-seph Ratzinger cruzó la puerta, encontró a Antonio Arellano de trás de la mesa. Tenía en la boca dos clavos y un martillo en la mano. Era el 12 de abril de 2005. Ese día, Antonio citó al entonces cardenal para que fuera a su taller, en plena plaza de San Pedro. La verdad, para Antonio no era sorprendente ver a Joseph Ratzinger en su taller. Él era su cliente. Le encomendaba su calzado de cuando en cuando. Aquella tarde, el religioso lle gó de prisa. Antonio lo saludó con un buongiorno y se agachó debajo de la mesa para sacar una voluminosa bolsa de plástico. Muy cortés, dijo: Aquí está, cardenal, todo listo. Como usted me lo pidió. Sus zapatos están como nuevos. Antonio se mostró satisfecho mientras su cliente lo observaba con cierta discreción. A cambio, le regaló una sonrisa y le dijo: ¡Gracias, Antonio! Todo está perfecto. Y volvió a salir del taller. Inesperadamente, Antonio volvió a ver a Joseph Ratzinger siete días después. Ya no en persona, sino en los noticieros. Era el protagonista de una buena nueva que los católicos de todo el planeta estaban esperando: la designación de un nuevo guía espiritual de la Iglesia tras la muerte del papa Juan Pablo II. Antonio recuerda que en la televisión se veían imágenes del Vaticano y, de pronto, las cámaras enfocaron la chimenea de la Capilla Sixtina, de donde empezó a brotar humo blanco. Al fondo, se escuchaban toques de campanas y luego, un emocionado cardenal Jorge Medina anunció en latín: Habemus Papam. En ese momento, una blanca figura se asomó desde el balcón. Era, ni más ni menos, que el mismo Joseph Ratzinger, que hacía pocos minutos había dejado de llamarse cardenal para ser el papa Benedicto XVI. Emocionado y delante de mi familia, empecé a gritar en la sala de mi casa que yo conocía al nuevo Papa, recordó Antonio. Cómo no reconocerlo si siempre fue uno de mis mejores clientes. Imagínese que soy un gran conversador y cada vez que él venía al taller se quedaba en silencio para escucharme. Me traía sus zapatos en persona. Otras veces, me conseguía más clientes. Claro, no venía seguido porque viajaba muchísimo y por eso su calzado terminaba maltratado. Eso sí, quedaba satisfecho con mi trabajo. Nunca me ha cambiado por otro. El papa Ratzinger confió en Antonio hasta los últimos instantes en que llevaba puestos sus zapatos de tinte oscuro y su traje rojo púrpura de cardenal. Es decir, hasta pocos días antes de uno de los cónclaves más tensos de la historia, en el que...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR