El sentido histórico del proyecto educativo de Lutero (II)

AutorRoldan Tomasz Suárez Litvin
CargoCentro de Investigaciones en Sistemología Interpretativa. Facultad de Ingeniería, Universidad de Los Andes. Mérida, Venezuela. roldansu@ula.ve
1. Introducción

En este segundo artículo dedicado a la tarea de comprender el pensamiento educativo de Martín Lutero, se aborda directamente la problemática que apenas se dibujaba vagamente en el trasfondo de la discusión desarrollada en el primero. En efecto, una vez expuestas sistemáticamente las propuestas educativas formuladas por este pensador, y una vez mostrado el cambio de fondo 1 que las mismas implicaban dentro de la cultura occidental, nos preguntamos, ahora, en qué consiste, exactamente, ese cambio. En otras palabras, nuestra tarea ahora será la de revelar el orden epocal que le brindaba sentido a la educación medieval -contra la cual Lutero lucha en sus propuestas-, así como también el nuevo orden de sentido al cual apuntan todos sus planteamientos educativos. Como veremos más adelante, ese nuevo orden de sentido parece esbozar ya algunos de los elementos claves de la cosmovisión que usualmente identificamos como específicamente “moderna”. Veremos, también, cómo ese nuevo orden da lugar a algunos de los principales problemas filosóficos a los tuvo que enfrentarse, siglos después, el pensamiento moderno.

2. El orden medieval

No es un hecho fortuito el que el orden social medieval haya consistido en una jerarquía de clases sociales de carácter ontológico -es decir, que determinaba el ser de cada ser humano. A lo largo de toda la Edad Media, la concepción ontológica dominante fue una en la que el ser de cada cosa particular estaba determinado por la clase a la que ésta pertenecía. Prueba de ello la encontramos en uno de los textos básicos del programa educativo medieval: el Isagoge de Porfirio, compuesto a fines del siglo III como una introducción a las Categorías de Aristóteles. En efecto, el Isagoge, las Categorías y De la interpretación (éste último también de Aristóteles), fueron los libros canónicos de la lógica medieval desde principios del siglo VI, luego de ser traducidos al latín por Boecio. Cuando en el siglo XII fueron recuperados y traducidos los demás tratados de Aristóteles en el campo de la lógica (Analíticos Anteriores, Analíticos Posteriores, Tópicos y Refutaciones Sofísticas), todos estos libros pasaron a formar parte del curso básico de lógica medieval, conocido como el Organon. En el Organon quedaban plasmados los principios del método de investigación propio de la filosofía medieval, pero también su conexión con una cierta ontología que servía de fundamento a tales principios. Así, cuando Porfirio, en su Isagoge, intenta aclarar el significado de algunas nociones fundamentales de las Categorías -género, especie, diferencia específica, propiedad y accidente- lo hace dibujando una división jerárquica del ser que va desde sus niveles más abstractos y generales, hasta sus niveles más particulares y específicos:

La sustancia es, de por sí, un género; bajo ella está el cuerpo; y bajo el cuerpo, el cuerpo animado, bajo el que está el animal, bajo el que está el hombre, bajo el que están Sócrates, Platón y los hombres particulares. De éstos, la sustancia es el género más alto, y es sólo género, mientras que el hombre es la especie más baja, y es sólo especie. El cuerpo es una especie de sustancia, pero un género de cuerpo animado. El cuerpo animado es una especie de cuerpo, pero un género de animal. Animal es una especie de cuerpo animado, pero un género de animal racional. Animal racional es una especie de animal, pero un género de hombre (Porfirio, Isagoge; traducción mía).

Podemos ilustrar gráficamente las palabras de Porfirio del siguiente modo:

(Figura en Documento Pdf)

Sin embargo, “sustancia” -el género más alto o más genérico de la anterior estructura- es sólo una de las diez “categorías” señaladas por Aristóteles en su obra. El conjunto completo de tales categorías (sustancia, cantidad, calidad, relación, lugar, tiempo, posición, estado, acción y pasión) representa los diferentes tipos de predicados que se pueden hacer acerca de un sujeto. Por ejemplo, afirmar que algo “es un animal” es muy diferente a afirmar que ese mismo algo “es blanco”. Ambas afirmaciones tienen la forma “algo es X”, pero el “es” tiene significados diferentes en cada caso: en el primero afirma la sustancia del algo, en el segundo sólo una de sus cualidades. Podría decirse, entonces, que las categorías expresan los diferentes significados posibles de ser. Todo lo que, en algún sentido, es, lo es según alguna de estas diez categorías. Las categorías constituyen, por tanto, los géneros de mayor nivel de generalidad, pues abarcan, en su conjunto, a todo el ámbito del ser.

Esta estructuración jerárquica del ser, conocida posteriormente como el “Arbol de Porfirio”, constituía la malla conceptual fundamental que permitía la identificación de cualquier cosa que fuese el caso. Saber qué es una cierta cosa implicaba encontrar su correcta definición -el género al que pertenecía y la diferencia específica que la distinguía dentro de éste-, lo que equivalía a encontrar el lugar que esa cosa ocupaba dentro de la mencionada malla conceptual. Nótese que, dado el carácter lógicamente exhaustivo de tal malla, lo que no podía ser ubicado dentro de ella, simplemente no podía ser en lo absoluto. En otras palabras, ser era ser una de las posibilidades ofrecidas por esta estructura jerárquica 2. Por otra parte, nótese también que la posibilidad de determinar las propiedades de las cosas -aquellas cualidades que les eran intrínsecas, esenciales- se fundaba en la correcta identificación del lugar que tales cosas ocupaban dentro de ese orden jerárquico. Si una determinada cualidad no podía ser sustraída de la cosa sin que ésta perdiese su lugar dentro del orden, entonces tal cualidad debía ser considerada como una propiedad; en caso contrario era sólo un accidente. Finalmente, debemos notar que sólo bajo esta concepción el razonamiento silogístico pudo erigirse en la forma básica de toda argumentación: el silogismo no hace más que aplicar las relaciones lógicas que se establecen entre las propiedades de los géneros y sus especies.

Ahora bien; según el Arbol de Porfirio, las cosas individuales sólo podían ser gracias a que correspondían a una “especie” de la que eran ejemplo. Las especies, por tanto, fundaban ontológicamente a los individuos. Pero, del mismo modo, las especies sólo podían ser gracias a que correspondían a un “género” del que eran ejemplo. Los géneros, entonces, fundaban ontológicamente a las especies -y, a través de ellas, a los individuos. En conclusión, a mayor nivel de abstracción del género, mayor su precedencia como fundamento ontológico. Dado que en la cúspide de esta jerarquía ontológica se hallaban las categorías, éstas parecían constituir el fundamento último de todo lo que tuviese ser. Pero, ¿qué había más allá de las categorías? ¿Cómo podían ellas ser si carecían de fundamento ontológico? Tanto Porfirio como Aristóteles rechazan la posibilidad de que haya un género aún más genérico que las categorías (y, en particular, la posibilidad de que ese género sea “ser”). El problema podría plantearse del siguiente modo: si existiese un género supremo que abarcase a todo lo que es, evidentemente dicho género tendría que ser. Pero, siendo así, ese género tendría que ser una sub-clase de sí mismo -dado que, por definición, dicho género abarca a todo lo que es. En conclusión, tal género a la vez sería y no sería el género supremo, lo que constituye una evidente contradicción 3. Puesto esto en palabras aún más sencillas, podríamos decir que aquello que pretende representar a todo en general, no puede ser representado como algo en particular.

Sin embargo, el problema persiste: ¿De dónde derivan su ser las categorías? ¿Qué les da unidad a todas ellas, y por tanto, a todo lo que es? Evidentemente por encima de las categorías se abría un espacio misterioso, que no podía ser plenamente aprehendido por el intelecto humano -éste sólo podía operar en el dominio de los géneros y las especies. Sólo algunos aspectos muy generales de este espacio podían ser conocidos, haciendo una especie de extrapolación. Así, por ejemplo, podía saberse que más allá de las categorías se hallaba lo más universal, pero cuya universalidad no era la de un género supremo. Por el contrario, todos los géneros y especies se hallaban contenidos dentro de ese algo omnicomprensivo (que evidentemente no podía ser un “algo”), y de él recibían su ser. Ese algo, entonces, no podía ser como son los géneros, las especies y los individuos, que obtienen su ser desde algo externo y anterior a ellos. El ser de ese algo tenía que estar implícito en él, tenía que constituir su esencia misma, es decir, tenía que haber una especie de identidad entre ese algo y “ser”. De manera que este fundamento ontológico último no requería de nada para poder ser porque esencialmente era, no podía sino ser: su existencia era totalmente auto-subsistente y auto-suficiente.

Resulta claro que ese espacio misterioso que se abría más allá del Arbol de Porfirio, apuntaba inequívocamente (al menos para el pensamiento medieval) hacia la existencia de un Ser Supremo. Lo impenetrable de este espacio para el intelecto humano indicaba que todo conocimiento en este campo -es decir, toda ciencia de Dios, toda teo-logía- tenía que descansar en la fe más que en la razón. Por eso, a lo largo de todo el medioevo se desarrolla un pensamiento que intenta arrojar alguna luz sobre ese espacio trascendente -del que obviamente depende el sentido global de toda la Creación- recurriendo tanto a los poderes racionales del hombre como a la palabra revelada de la Biblia. Es necesario que examinemos algunas de las principales conclusiones a las que arriba dicho pensamiento con el fin de ganar una mejor comprensión acerca del orden de sentido medieval. Sin embargo, antes de abordar esta tarea, vale la pena que nos detengamos un momento para apreciar algunas implicaciones...

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